viernes, 6 de septiembre de 2013

Valga un instante

Valga un instante, tal vez un surco en la memoria
y en la piel las arrugas moribundas pidiendo clemencia;
ahora, acaso tristes ante el matiz bohemio del pensamiento,
sumidos en los iracundos trances y los días oscuros
todo converge dignamente en un mismo plano emocional.

Como el que espera, sentado en la arena
que el mar dispense las olas y entre ellas,
emerjan los vientos prendidos de la vela
y surque el velero el azul y sus mareas.

Nos encontramos con las sombras en un duelo macabro,
un baile vertiginoso que, aun mostrándonos el reflejo del pasado,
siguió uniéndonos entre sus brazos y rozando nuestros pies descalzos.

Como el que ama, sintiendo la emoción
en el cadalso del firmamento ingrávido,
con las bajas noches y las altas estrellas
rozando las frágiles sombras del corazón.

Creer en la memoria, como el disfraz de un mismo tiempo que
escabulle sus momentos en la vaguedad de nuestros sentimientos,
¡cuánto dolor se atisba en los espejos que nos abrazan!

Como el remanso del endiablado vaticinio
escondido en la inmensidad del silencio,
como el aire sumiso y el cruel abandono
custodiando el secreto del humano sacrificio.

Valga un instante, tal vez un surco en la memoria,
y en mi inocente y descomunal mirada melancólica;
sea tu desnudo, el recuerdo que el amor sepulta
en el abismo insufrible de mis tristes condenas.

Así, acaso, como el que renace de la muerte
y deja que las sombras envuelvan la pureza,
así, como el niño que se hace hombre en la miseria,
dejo las lágrimas hundidas entre primaveras,
y en la tersa arena; hundida la dulce pena,
ahogo en el recuerdo la inmortalidad de la tristeza.

Como el que espera ...

Te esperé, trajinando los adentros de los sentimientos
mientras colocaba las hojas ocres a un otoño sin ventana
olvidado en la incauta tregua de mi arrepentimiento;
perdí el tiempo vagando entre los fragmentos inconexos del tiempo
recordándote sumisamente en el elegante y sublime instante
donde los erguidos árboles se mecieron y jugaron con el viento.

No me queda nada más que el tiempo y el recuerdo,
la brisa sutil de tu inconclusa sombra y la ardiente mirada
imaginando las pasiones en el ángulo muerto del desvelo;
en la mudanza del antiguo espejo se perdieron los reflejos
y las sombras ahora yacen en los oscuros sueños del averno.

Te amé inconscientemente, con la intención de sentir la primavera
revolotear por el contorno inabarcable de mi cuerpo,
-como la caricia inadvertida del trémulo deseo-
acaso hacerme eterno en la memoria onírica del olvido
y extirpar los lamentos de los márgenes ocultos del pensamiento.

El caso es que te amé, meciendo las mareas del océano,
desnudo en los plenilunios de los altos firmamentos,
reposando mis huellas y sumergiéndolas en la tierra
para que las olas nunca las borrarán y tú pudieras verlas.

Te esperé y amándote contuve la furia de mi sentimiento.

Valga un instante, tal vez un surco en la memoria
y en la piel las arrugas moribundas pidiendo clemencia;
ahora, acaso tristes ante el matiz bohemio del pensamiento,
sumidos en los iracundos trances y los días oscuros
todo converge dignamente en un mismo plano emocional.

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