viernes, 2 de septiembre de 2011

¿Qué os parace este comienzo para mi nueva Novela?

Había avanzado varios pasos, esquivando las grietas de las baldosas del suelo, como en aquella película dónde alquién parecido a él, sentía que en su rareza se escondía algo, tan tierno y pueril como la mirada de un recién nacido. “Mejor imposible”, que crueldad pensar que lo mejor esta por llegar o que nada se puede mejorar, y así, de esta manera serpentear como un autómata por los resquicios de la vida.- pensó Si bien sus pasos eran firmes, esa manía de dar vueltas a la simplicidad de la vida, hacía que su pasos parecieran torpes e inseguros. Tal vez, alguien de nombre vulgar, o quizás interesante según para qué, sentado en la mesa de un café, tuviera la necesidad de levantar sus ojos del periódico, para observar la figura altiva y errática del individuo maniático; o desde la tienda de encurtidos, la señora “Madre Cínica”, silbara con aires de desdén ante la proximidad de tan enigmático viajero. Aún creyendo tal imaginación a todas luces real para el y su entorno más cercano, sintió la punzante observación de esas personas, sutilmente llamadas “cohabitantes”, sin querer menospreciar el adjetivo no nombrado. Se detuvo ante el semáforo, observando el lado opuesto, dónde dos mujeres de cabellos iluminados por el sol, hablaban, o quizás discutían, hecho que nuestro “maniático” personaje, puedo comprobar al ver lanzar al aire varios ademanes de desdén y furia, a su lado un crío moreno, chupeteaba un caramelo de palo con una inusitada ambición y compulsibidad. Tenía agarrada fuertemente la mano de aquella mujer, y mientras devoraba las entrañas de esa masa compacta llena de azúcar, clavó sus ojos en él. Se sintió alagado en un primer momento, pues dejando de lado el caramelo, sonrió con gran entusiasmo, pero pronto el alago paso al deterioro ya compulsivo de su imaginación, tras observar como aquél crío empezaba a hacerle muecas, sacar la lengua e incluso sonreír en tono amenazador. Las dos mujeres seguían hablando como si nada, ausentes a la pantomima de aquella criatura, hasta hace poco enternecedora, y ahora completamente odiosa. De un momento a otro, en milésimas de segundos, de la serenidad al esperpento, de una risa de complicidad a la más cruel sensación de engaño, así es la vida, los momentos que la forman, dónde se encierran la inmensidad de sentimientos contradictorios que cualquier mortal puede albergar. Así había sido aquél momento con esa mirada de aquella “alimaña”, que ni tan siquiera el caramelo rechupado había podido dulcificar. No obstante, el semáforo contuvo, tan solo unos segundos la cruel venganza del hombre “maniático”. Mientras cruzaba aquella calle, dónde Madre cínica aún seguía observando sus pasos y salpicando el suelo de saliva con su infeliz silbo, y el culto señor de aroma a café, había ya acabado por hoy su lectura, se apresuro a preparar la vil afrenta ante su “enemigo”. Llegados a la misma altura ambos se miraron y tras sonreírse mutuamente, el niño sacó de nuevo su boca, emitiendo un ruido como el zumbido de una abeja, la mujer seguía en su dialogo con la otra mujer, cosa que hizo que el “maniático”, tras sonreír, propinará un manotazo al caramelo de palo, cayendo este al suelo. El niño, le miró con gesto de asombro y tras hacerlo se agarró a las faldas de la mujer, tapando su cara contra las nalgas rollizas de la hembra, que casi sin sentido seguía vociferando palabras inconclusas, sin percatarse de la caída del caramelo. Al llegar de nuevo al pavimento agrietado, volvió a esquivar las grietas, como antes había hecho y mirando en la lejanía la expresión de aquél niño asustado sonrió con cierto grado de remordimiento. Ante sí, la calle componía ahora un damero de irremediables trampas que debía esquivar. Aún así, sonrió, con la convicción de que sería capaz de conseguir llegar sano y salvo a casa.

La habitación estaba en penumbra, tan sólo un débil rayo de luz, que se asomaba por el hueco de la persiana, daba una tonalidad semidorada a la estancia. Dejó su cartera de mano en la silla y a continuación con claros signos de cansancio apartó de su cuerpo la chaqueta para acomodarla descuidadamente en el respaldo de la misma. En la mesa del salón aún se encontraba aquella novela, que aún no había podido terminar, y que día tras día la encontraba en la misma posición, en la misma página, con la misma intención de ser leída, pero hoy no era seguro ese día. Tan sólo deseaba descansar largamente, quizás cinco días de abandono intelectual y físico fuera suficiente para retomar el cauce de su vida, aunque pensó, que sólo cinco días no darían la fuerza y el estímulo suficiente para priorizar sus proyectos futuros. Por tanto, mientras encendía un cigarro, decidió no numerar el tiempo de abandono tan necesario y dejó a la providencia y el destino su futuro descanso. Tras sentarse en el sillón, entrecruzó sus piernas y tras apagar el cigarro, miró a su alrededor. Le gustaba la penumbra, se sentía resguardo en ella, discernía ante ella sus pensamientos más recónditos, tenía la certeza de que la penumbra junto con el silencio era el mejor remedio para el estrés. Su mirada permaneció fija durante unos minutos en el libro de la mesa, sentía que necesitaba terminarlo, dar una segunda oportunidad al aún incierto misterio que supuestamente escondían sus páginas. Si bien el titulo era esperanzador la monotonía de su narración hacía que pareciera un manual de recetas de cocina, triste, pobre, desangelado, falto de pimienta. Se encontraba aún, quizás en el aperitivo, pero este no era tan suficientemente bueno para esperar, un postre exquisito, ni tan siquiera deseaba, por el momento probar el primer plato de aquél libro. No obstante, sabía que el paladar es variopinto, y el quizás no fuera el huésped apropiado para tal manjar. Se levantó del sillón y pasó cerca de la mesa, mirándolo con protocolo reverente, como esperando la reverencia de su encanto ante sus ojos. De repente el silencio transito a un momento de excitación pasajero. Sonó el timbre de la casa.

- Doña Pilar, ¿que hace usted hoy aquí?, si bien recuerdo le indiqué que pasará por casa el Jueves.

- Así es Don Carlos, pero olvidé encima de la mesa de la cocina las llaves y Silverio no ha llegado aún a casa. ¡¡¡Estúpido!!!. Lo llamé al móvil y lo tenía apagado como siempre. ¡¡¡Ayyy Don Carlos!!! ¿Dónde andará este viejo demonio?

- Déjelo mujer, estará en el rastro cambiando vitolas y hablando con los amigos. ¿Qué puede hacer sino? No se preocupe seguro que pronto llegará. Pase Pilar.

- Gracias Don carlos. ¿Vió la camisa de rayas encima de su cama? Ya la tiene usted bien planchada como me indicó, incluso me he permitido el lujo de impregnarla de un olor de ámbar como a usted le gusta.

- No, acabo de llegar a casa y apenas me ha dado tiempo a nada, pero seguro que sus manos habrán hecho una estupenda labor. Es usted un ángel Pilar.

- Nada de halagos, aquí se trabaja por agradar al patrón que para eso es quién me paga.

Tras coger las llaves de la mesa. Doña Pilar...



 
Miguel Ángel Bernao

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