Va llegando el momento, donde dejar las cadenas
reposadas en los ventanales de la conciencia,
tan solo sea el preámbulo de las sufridas penas.
Se va palpando la sombra que lleva el pecado,
oscura y silenciosa pero fecunda de vicio,
condecorada con la tonalidad del misterio
y el desposeído fulgor de un hálito nocivo,
tan escabroso, como indignamente huraño.
Y las condenas siempre se han pagado,
en el mismo momento que florecieron
en los sombríos vicios de nuestro pasado.
Pero aún las piedras se van amontonando
donde el hombre traiciona las bondades
en la hipócrita necesidad del calmado engaño
y el perdón atormentado de los deslices.
Me uno al mundo del evangelio quebrado
reposando el veneno de los recuerdos
en la agonía rastrera de mis pecados.
Y ya arrojé la primera piedra,
liberando de mi el tormento
que sucumbir quiso conmigo
al lado de mis sentimientos.
¡Pido la eterna absolución de mis pecados,
que el alma quede libre y el corazón sosegado!
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