Esperar la niebla empaparse de la noche
mientras los ángeles fuman a escondidas,
zarandeando la conciencia en un rincón
mientras se aferra la exaltación ignominiosa.
Solo me queda la risotada, mientras me observo
eyacular los improperios que me estremecen,
y el universo ver transitar por el quicio de la puerta.
Y los malditos siguen fumando -ahora en pipa-
las migajas candentes de mi postrimero cigarrillo.
Aún así creo que podré encender otro cigarro
pues la muerte es perezosa de cojones…
deja en el limbo los ángeles engañados
y por si fuera poco sin fortuna para tabaco.
Miguel Á. Bernao
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