Dejaré que el silencio germine los otoños
y a la lluvia, que a veces sacude recuerdos,
permitiré que empape el sombrío abandono
de la penumbra pactada en el etéreo deterioro.
Transito de un lado a otro de la locura
con la meditación aferrada a los espejos,
y la vigilia, entre borrascas de pesadillas,
va citando las tinieblas en todas las esquinas.
Tanto se ha escrito sobre la expiación
-de sus garras mórbidas de terciopelo-
que al borde del espanto y la aurora rojiza
encumbro mis alas para alcanzar el cielo.
El desasosiego es semilla de desamparo
en las lozanas cúspides del sentimiento,
y sin creer en tu apariencia de fiel dama
todos desertan ante el incienso de tu aliento.
Ya conozco el pulcro rigor de tu presencia
y bien te digo que, con fiebre nunca se muere,
si el remedio es bendecido por los divinos
sortilegios… de este espejismo prohibido.
Miguel Á. Bernao
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