Yo sentí, al descender al abismo de la muerte,
como la luz cada vez se hacia mayor
bajo el reflejo de su estúpida neblina;
las ficciones son malditas para mí,
acaso he leído tanto que ya nada creo,
tan solo prefiero pasar el tiempo
y envolver el sentimiento en el frío
y el perverso despropósito de mi imaginación.
Prefiero conocer mis diabólicos adentros,
imaginar las mariposas sin alas y sin primaveras
y los necios semblantes sin cuencas en sus ojos,
tal vez de esta manera en los mortales otoños,
-incontrolablemente maliciosa-
la mirada pueda concebir la grandeza
creyendo el pensamiento colmado de gozo.
Quizá sea mi vejez aquello llamado al olvido,
lo que tan solo me hace creer en el sentimiento;
he vivido lo justo, aquellas emociones que son reales
y que al corazón llegan con la verdad resistiendo,
y el mundo gira y los estúpidos farsantes de la mentira
siguen creando palabras huecas en sentimientos vacíos.
No hay mejor palabra que la impresión,
aquella que se guarda y no se escribe
y perdura en la honorable emoción
de quién se rinde y comprende,
que en el desorden emocional de la vida
el silencio es la mentira que el hombre tanto consiente.
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