lunes, 19 de diciembre de 2011

Relato "La dualidad"

El equilibrio físico es una actitud de cuerpo humano que nos permite mantenernos erguidos mientras caminamos se puede denominar al equilibrio como el estado en el cual se encuentra un cuerpo cuando las fuerzas que actúan sobre el se compensan y anulan recíprocamente ¿pero que es el equilibrio mental? Como en el equilibrio físico, este se puede ver afectado por diversas circunstancias que nos impidan caminar con seguridad, en el equilibrio mental ocurre lo mismo. La dualidad de la mente existe y el equilibrio en ella es también difícil de conseguir. Siempre me ha atraído este tema, la dualidad, el  ying y el yang, la inercia de la mente a equilibrarse para un lado u otro. Objetivamente pienso que la dualidad existe, por supuesto, pero para cada uno de nosotros la representamos de distinta manera. Sólo espero que ustedes saquen sus propias conclusiones tras leer este diálogo. Les diré que tras escucharlo me hizo reflexionar mucho sobre este tema y que yo aún no he podido posicionarme de un lado u otro, aunque no duden de que cada día trato de hacerlo. Y es que en el amor también existe la dualidad y la continua búsqueda del equilibrio.


-          Hoy es un día precioso, ¿Verdad?

-          Bueno no es para tanto.

-          Pero el sol brilla, ¿no te has dado cuenta?

-          Claro y ayer fue un día de lluvia y para ti también era un día precioso.

-          Claro que sí y lo fue, al igual que el de hoy.

-          ¿Sabes por qué estamos encerrados en esta habitación?

-          No lo sé, ni tan siquiera se tu nombre aún.

-          Me llamo Alberto y te diré algo, me incomoda esta situación.

-          ¿Qué situación Alberto?

-          No saber que hago aquí encerrado durante tanto tiempo.

-          Creo que estamos en un manicomio. El motivo aún no lo sé pero creo que yo ya he estado aquí. ¿Y tú?

-          Nunca había estado aquí. ¿Manicomio dices? ¿Y que te hace pensar que este lugar es un manicomio?

-          Bueno creo que la ropa que llevas puesta es algo parecido a una camisa de fuerza, jajajajajaja.

                Alberto tras escuchar estas palabras miró sus brazos y tras sonreír levantó su mirada lentamente.

-          ¡Qué estupideces dices!, tengo frió y he estirado las mangas de la camisa.

-          Ya. ¿Y la cuerda que tienes atada a tu cintura?

-          Es un cinturón de piel.  Me estaba grande y tuve que hacer  varios agujeros para que no se me cayeran los pantalones, por eso me sobra tanto cinturón.

-          ¿Tú no tienes frío?

-          Para nada Alberto. Te recuerdo que hace un día maravilloso.

-          ¿Crees que estoy loco?

-          Posiblemente ambos lo estemos. No sólo tú.

-          ¿Por qué dices eso?

-          Porque yo sé que también llevo una camisa de fuerza puesta y que también siento la opresión de un cinturón en mi cintura. Y precisamente no es una camisa ni un cinturón de fin de semana.

-          Pero yo no puedo verlo.

-          Claro porque tu consideras que no lo estoy Alberto.

-          La verdad es que te admiro.

-          ¿Por qué? – preguntó la sombra.

-          No sé. Tu positividad me da energía y fuerzas.

-          Claro porqué tu necesitas que yo sea positivo contigo. Trato de ayudarte.

-          ¿Sabes?  Me encanta la lluvia, sacar la mano por la ventana y ver caer el agua sobre la palma de mi mano, mientras levantó mi mirada al cielo y dejo que mi cara se moje. Es una sensación de plenitud.

-          Lo sé. Sé como eres, no hace falta que me des explicaciones.

-          Y a ti, ¿te gusta la lluvia?

-          Claro que sí, ¡me encanta! Pero me entristece a veces y prefiero el sol.

-          ¿Y que haces cuando es un día de lluvia?

-          Recordar con nostalgia hasta que llega de nuevo el sol a cubrir el cielo.

-          ¿Qué recuerdas?

-          Cosas bonitas.

-          Vaya, por tanto creo que la lluvia te hace feliz también, ¿no?

-          Asi es Alberto, ya te lo dije. Para mí todos los días son bonitos.

-          Sabes me enamoré de una mujer hace un tiempo. Ella se llama Marta.

-          ¿Y?

-          Nada sólo eso.

-          Venga cuéntame. Yo también estoy enamorado sabré entenderte.

-          La quiero.

-          ¿Sólo eso?

-          Que más quieres que te cuente, eso es lo único importante. ¿También  amas como yo?, que suerte, ¿no?

-          Si es una suerte saber que tu corazón siente. Tanto en días de lluvia como en días de sol. Por eso para mí todos los días son preciosos.

-          ¿Y dónde esta ella ahora?

-          No sé Alberto, y quizás no pueda volver a verla – al decir esto una lágrima cayó por su mejilla.

-          ¿Por qué lloras? No quiero verte triste. Mira el sol hoy es un día precioso.

-          Lo sé y siempre lo será. ¿Sabes?, yo también soporto tristeza aunque tu no lo creas.

-          No quiero verte así.

-          Pues aplícate el cuento, porque yo tampoco quiero que tu seas infeliz.

-          No siempre estoy triste, no tengas una impresión de mí que no es.

-          Sé que no estas siempre triste, pero ante mis ojos estos dos días si lo has estado. Y eso me hace sentirme mal.

-          No te sientas mal conmigo. Venga miremos el sol juntos.

-          Me parece buena idea.

                A la vez giraron su cabeza a la ventana. La luz que entraba en la habitación hacía que sus ojos pestañearan incansablemente, pero aún así no dejaron de mirar por la ventana. Alberto apartó por un momento la mirada de la ventana y fijó sus ojos en los de aquella sombra aún desconocida para el. Estiró de nuevo su camisa y mientras apretaba su cinturón dijo:

-          ¿Por qué dices que posiblemente no puedas ver mas a Marta?

-          Bueno creo que necesitas que este aquí contigo hoy y mientras estoy contigo no estoy con ella, ¿me entiendes?

-          Pero tú la quieres y tu apenas me conoces a mi para perder tu tiempo.

-          También te quiero y mucho, más de lo que tu te imaginas.

-          Pues si me quieres vete, no te preocupes por mí.

-          No me iré quiero saber antes que te aflige.

-          Bueno yo también estoy enamorado. ¿Y a que no sabes una cosa? ¡Ella también  se llama Marta!

-          Vaya que sorpresa. ¿Y la quieres?

-          Claro que la quiero.

-          Pues si la quieres coge el sol y guarda la lluvia en tu interior.

-          Pero ella no esta aquí conmigo y eso me entristece.

-          ¡Ignorante de mil demonios! ¿Qué entiendes del amor? Creo que muy poco.

-          Si  que entiendo más de lo que tu te imaginas.

-          Pues si es así, nunca digas que ella no está contigo. Porqué te diré algo, Marta te quiere mucho.

-          ¿Y cómo lo sabes tú?

-          Bueno, conozco muy bien a Marta, recuerda que yo también  la amo.

-          Vaya, creo que ambos estamos enamorados de la misma persona.

-          Si así es, pero creo que tu no te quieres a ti mismo y no te valoras.

-          ¿Por qué dices eso?

-          Por que siempre estas dudando de la esencia del amor.

-          Por qué tengo miedo al silencio, al abandono a la falta.

-          Nadie abandona a nadie a la deriva. Yo estoy aquí contigo.

-          Lo sé y te lo agradezco enormemente.

-          Pero recuerda que me tendré que ir.

-          ¿Dónde te iras?, no puedes marcharte.

-          Claro que puedo al igual que tú. La verdad es que te sienta muy bien esa camisa y ese cinturón. Vamos levántate y dame la mano quiero bailar contigo.

-          Pero sino sé bailar.

-          Yo tampoco pero necesito bailar contigo.

-          Jajajaja, me haces gracia. Como quieras.

                Ambos agarraron con las manos sus cinturas y comenzaron a bailar en aquella habitación. De repente el sol se escondió tras una cortina de nubes y comenzó a llover. Dejaron de bailar y juntos de dirigieron a la ventana.

-          ¡Que bonito ver llover!

-          Hoy quizás más que nunca.

-          ¿Por qué dices eso?

-          Porque sé que estas conmigo.

-          ¿Quién crees que soy?

-          Marta.

                El sol volvió a aparecer. La tormenta acababa de descargar su furia. Tan sólo las últimas gotas que aún pendían del cielo chocaban con los charcos de la calle. Ahora Alberto percibió con claridad la imagen de esa voz interior que le acompaño en esa habitación. Se arrancó la camisa furiosamente mientras desataba su cintura con rabia y tras abrir la puerta salió corriendo. El camino que eligió no lo sé. Pero si puedo decirles que no volví a verlo más. En el manicomio, en la cárcel de la mente como ustedes quieran decirlo, también existe la dualidad, los sentimientos, pero sobre todo la seguridad de la continua búsqueda del equilibrio. Los psicólogos frecuentemente centramos nuestros esfuerzos profesionales en identificar patologías, problemas, conflictos, inseguridades… El objetivo principal suele ser el de buscar maneras de transformarlos en tranquilidad y equilibrio, y a ser posible consiguiendo que la persona aprenda y ponga en práctica soluciones  por sí misma. No hay que aspirar a no sentir malestar por las cosas que nos rodean, eso es una utopía. Seguro que muchas nos afectaran de distinto modo. Lo importante  es afrontarlas con valentía, buscar soluciones si las hay pero siempre desde el realismo. Asumir cómo son las cosas y no centrarse en cómo debieran haber sido hará que las soluciones lleguen antes y seguro que se minimizarán los daños sobre uno mismo Por este motivo nunca podemos centramos en el pasado y el futuro en exceso, aunque la nostalgia sea un sentimiento placentero la mayoría de la veces, y dejamos el presente de lado, nos llenaremos de reproches y de miedos. Las opciones futuras son infinitas cuando queremos averiguar qué nos va a pasar al tomar determinada decisión. Ser capaz de no eternizarnos en divagaciones nos facilitará nuestro equilibrio emocional.

Derechos reservados del autor – @Relatos 2011
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Miguel Á. Bernao

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