Cada vez pienso que me parezco más al hombre,
porque al deseo, como un sueño atípico de la noche,
de pronto se va llegando en su última despedida
rebuscando incendiadas oscuridades a escondidas
y dejando en la memoria prendidas las alegrías.
Es verdad que el imprevisto tiempo acelera
las estaciones del corazón; pienso a veces en Dios,
pido que encumbre el puente por encima de estrellas,
crepúsculos que sotierren flores en las fronteras
y en los enmohecidos balcones dispense las primaveras.
Así, es más fácil vagabundear por los silentes otoños,
el mar errante, las mareas y el trance del desvelo
que separa el sueño de la pesadilla y, alumbra el deseo
en la marabunta del complacido y frágil universo.
Por eso, inmóvil, percibiendo la emoción como castigo,
repaso las hojas aún no escritas, sabiendo que existo
en las profundas raíces de la eternidad, ya que la congoja
se resiste a atravesar los instantes rotos del espejo.
No sé como, ni cuando volveré a ser hombre,
con la boca cubierta de tierra y en la oscura fosa
una blanca corona, que dé luz a las sombras
que hoy, envolvieron mis noches de pena.
Cada vez pienso que me parezco más al hombre.
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