Llega el rumor de la ciudad ante los callados,
aquellos ciegos de espíritu que pintan la noche oscura
y ante el balcón del nuevo día esconden las sombras.
La ciudad anda dormida y no siente ese andar cansino
que se sumerge en el silencio de la vaguedad insonora;
las miradas andan buscando los rincones de los desvelos
y el alcohol fermenta en el pensamiento, cerca del estómago,
en una cena opípara de carne cruda y vino añejo.
Andan los callados sintiendo el abandono de su espíritu
por más que las calles sean gobernadas por luces de ámbar,
y en cada casa, en lo alto del balcón, las rosas sobresalgan.
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