Voy seduciéndote, acostumbrándome a la debilidad,
a las sombras que envuelven la noche con su deseo.
Voy concibiendo la existencia detenida en el tiempo
y en un espléndido experimento constante y armónico.
Voy desnudo con la sed reseca de mis adentros
perfumando los instantes y floreciendo en tu recuerdo,
en los soplos del alma que han cerrado ya los cielos
y han trasladado el espíritu a la cárcel del silencio.
Voy por el mismo camino que aflige mi pena,
sangrando la lágrima y arrinconado la luna,
en los pesares que el tiempo va desgranando
en el desvelo perpetuo de mi propia condena.
Voy amándote aunque me muera
y de pena la muerte me proteja.
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